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MARDÃA HERRERO O LA ENCOMIABLE DEFENSA DE LA MATERNIDAD

Son muchas horas al borde de los fogones. Reconozco que en ocasiones me salto la pauta de estar plenamente presente y cometo el "pecado" de hacer dos cosas a la vez. Es mucho tiempo cocinando en un fin de semana y a veces me pongo charlas aleccionadoras.



He gozado muchas horas este fin de semana escuchando a Mardía Herrero. Nos une el anhelo de las fes de nuevo reunidas y ello nos citó, junto con su compañero, Rafa Millán, en Estella y su Foro. Compartimos amor por la historia, la literatura y los vapores culinarios, sobre todo adhesión a la mística del día a día. Me ha llegado mucho su espiritualidad profunda, pura y sincera; esa transparencia suya sin ningún deseo de aparentar absolutamente nada. Me ha alcanzado esa"mística del pañal", esa relevancia de la espiritualidad del hogar y la vida cotidiana, no necesariamente de "tatami". Suscribo enteramente su apuesta. Pero quizás lo que más me ha tocado es su defensa de la maternidad. Verdaderamente son tiempos extraños estos en los que la defensa de la maternidad constituye seguramente el acto más revolucionario que podamos imaginar.

¿Puede haber hoy algo más de vanguardia que reivindicar la ternura de madre, antes que las botas de comandante o los tacones de alta ejecutiva? En la hora de la fuga del hogar, de la comida rápida y las pantallas invadiéndolo todo, reivindicar pausa, convivencia y conciencia en medio de la familia, me parece urgente, amén de osado y valiente cuanto menos.

Siempre tocada por su colorido pañuelo como si viniera de hacer la colada en el río o de andar revolviendo los pucheros de a fuego muy lento, a su joven edad no sólo hace gala de una sólida formación intelectual, sino de un amor desbordado por la Vida. Su ejemplar coherencia, el colocar a su marido y a sus hijos por delante de otros compromisos, su defensa de la comunidad gestada en la cocina, no sólo en las impolutas salas de yoga, su búsqueda del sentido último de los momentos y trabajos más anodinos…, me llevan a recomendar vivamente sus testimonios en la Red.
He tenido la suerte de estar con Mardía, Rafa y sus cinco entrañables peques en su ancha casa de las afueras de Madrid. Amo el silencio, pero he de confesar que nunca he sentido tan terrible y sana envidia de no haber creado una familia numerosa, de esas que revuelven todos los cuartos y cuyo griterío te persigue hasta el último instante del día. Al año de la guerra de Ucrania, el sagrado oficio de madre cobra más relevancia que nunca. Ojalá todas las madres, todas las Mardías del mundo se unieran y detuvieran ese conflicto atroz. Ojalá todas las madres reivindicaran su sagrado cometido, el más excelso concebible.

Gozo del elogio, siquiera cronometrado, medido por las circunstancias. Es la hora... Escribo a vuela pluma, con los minutos contados, pero he querido, siquiera en la breve pausa de la mañana, ensalzar la labor encomiable de Mardía y de todas las madres que están trayendo almas de luz a este urgido mundo. He de bajar de nuevo a los pucheros al camping, a hacer un poquito de “madre†para un grupo estupendo que me aguarda en "Izar Etxea".

Aquí hay tarea y revisión de roles para todos. He de calzar gorro de cocinero, sin olvidar que lo nuestro, el cometido de los hombres era arriesgar para llevar el pan al hogar; en su día hacer incluso las salvajes guerras, sobre todo, al día de hoy, lo de pararlas.

Artaza 19 de Febrero de 2023

 
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